miércoles, noviembre 29, 2006

El hada del dragón I


Hace tiempo, la hija de la reina de las hadas se perdió, todas las hadas se volvieron locas buscándola, pero no aparecía, nadie entendía lo que había pasado, pero la pequeña princesa simplemente se había marchado cansada de que no viesen más allá del titulo que portaba, decidida a vivir únicamente como hada, hecho a volar lejos de todo cuanto conocía, hasta que acabo tan cansada que no pudo mover las alas, y entonces simplemente camino…

Lejos de su tierra se sentía perdida, y a la vez libre de ataduras, se sentó a la sombra de los árboles a descansar, pero no imaginó que pudiese ser atacada sin más, un hombre de ropas sucias, con el cabello corto, barba, bajito y gordo, se abalanzó sobre ella, asustada, no supo como reaccionar, y sólo intentaba apartarlo de ella, entonces vio como el hombre era elevado en el aire para después ser lanzado lejos de ahí, sorprendida quiso agradecerle a su salvador y sonrió cuando se encontró ante una enorme pata de dragón. A pesar de ser un hada era la primera vez que veía uno más allá de los libros, le pareció maravilloso, movió sus alas para poder verle entero, y con esfuerzo y algo de ayuda por parte del dragón que bajo la cabeza dejando que se sentase sobre ella y mirándola fijamente con sus ojos como esmeraldas brillantes y profundos.

- Hacía tiempo que no veía un hada. - comentó intentando que su voz no sonase muy fuerte para no asustarla.
- Eres un dragón. - fue lo único que se le ocurrió decir.

Al escucharla no pudo evitar reírse, una risa limpia, sincera, que resonó en todo el lugar, el hada, dándose cuenta de que había dicho algo evidente, se sonrojo avergonzada y se puso nerviosa.

- Gracias pequeña hada me habéis alegrado el día. - le dijo mientras acercaba la cabeza a un árbol para que pudiese sentarse en una de sus ramas.
- Pero señor dragón, soy yo la que ha de agradecerle, me salvo del hombre malo. - se apresuró a decirle, a la vez que se sentaba en una rama.
- No le deis tanta importancia ha hecho tan desagradable, llevaba varias lunas esperando a hombre tan vil, para vengar la afrenta que le hizo a una doncella, cuando mis ojos no velaban por ella. - su tonó aunque respetuoso se iba crispando según sus palabras recordaban tan terrible hecho.
- Mi maestro dice que la venganza se sirve fría, pero sobretodo que no podemos dejar que hechos del pasado controlen nuestra vida… o algo así era. - habló seriamente, así era siempre que intentaba citar las palabras del sabio.

El dragón escuchó el intento de cita, comprendiendo lo que quería decir, y sonrió antes de acariciarla con mucho cuidado con una de sus patas, casi parecía que la fuese a aplastar.

- Sabias son las palabras de vuestro maestro.
- Señor dragón, las hadas creemos que hay que devolver bien con bien, por ello me gustaría concederle un deseo. - explicó balanceando las piernas en el aire.
- Gracias, la intención es buena, pero he vivido muchas lunas, como para no poder conseguir lo que deseo. - rechazó el detalle del hada intentando no ofenderla.
- Pues no pienso separarme de tu lado hasta no concederte algo que no puedas conseguir solo, porque mi maestro dice que siempre hay algo que uno no puede lograr solo, y porque no quiero separarme de ti y porque no. - pataleo infantilmente como una niña caprichosa.
- Como deseéis, veréis que pronto os separareis de mi lado, pues no vivo grandes aventuras. - aceptó en un tono paternal.

Tras este primer encuentro continuaron juntos, el hada fue presentada en el mismísimo concilio de dragones, a veces observadora silenciosa, otras compartiendo su opinión, pero siempre al lado del que para ella era su dragón.

- No hace falta que me acompañéis en este viaje pequeña amiga. - le pidió un día.
- Maese Humberto, pero a mi me gusta acompañarle. - respondió sorprendida, nunca le había pedido algo así.
- Lo sé, lo sé, pero este viaje me gustaría hacerlo solo, pero no os impediré acompañarme. - su tonó era cariñoso, casi paternal.

Sentada sobre una roca le vio alejarse en el cielo hasta que fue menos que un punto, se dispuso a esperar su regreso, pero como tampoco podía pasarse todo el día en la roca decidió explorar los lugares que siempre había tenido curiosidad por ver.

- En algún lugar del mundo, te encuentras tú, quiero pensar, que piensas un poquito en mi… - cantaba para ella, dando saltitos antes de volar a la copa de un árbol para ver en que dirección ir.
- Haydee no deberías cantar algo tan comprometedor para ti.-le interrumpió una voz fuerte, que reconoció enseguida.
- Perdona Gerardo, creía que estaba sola. - se disculpó sin darle mucha importancia, creyéndolo sólo una broma.
- Si bueno, sorprende un poco no verte pegada a Humberto, no puedo creer que se haya ido sin ti. - su voz era burlona, casi hiriente.
- Todos necesitamos espacio. - respondió dando a entender que se marchaba.
- Y todos tenemos cosas que ocultar. - dijo sin cambiar el tono.
- No entiendo a donde quieres llegar.- le respondió pensando que lo mismo sabía quien era ella realmente.
- Te lo mostrare entonces pequeña Haydee.- Al decir eso bajo la cabeza esperando que montase sobre su lomo.

Haydee dudó unos instantes pero se subió a él, lo había hecho otras veces con Humberto, pero era distinto, Gerardo era de menor tamaño supuso que era porque no era un antiguo como su amigo, además su forma de volar era distinta, cuando ella volaba sola, era como si flotase, apenas un suspiro mezclándose con el viento, Humberto parecía uno con aquel elemento, y Gerardo era como si lo cortase desafiante con sus alas.

Humberto se hallaba en las cercanías del lugar en que salvo a Haydee, fingiendo ser un montón de rocas en el manantial, mientras se deleitaba con el canto de una hermosa mujer, que limpiaba con sumo cuidado las ropas. Para él aquel canto le llevaba tiempos pasados, recuerdos de otros tiempos en los que compartía sus días con humanos, elfos y hadas por igual.

- Obsérvalo bien pequeña Haydee no cierres los ojos porque esto es lo que quería vieses. - dijo acercándose lo más posible.

Para ella era fácil reconocer a su salvador aunque se hiciera pasar por la piedra más dura, y en ese momento sintió un dolor en su pecho, desconocía el motivo pero se elevó sobre Gerardo y voló un poco más cerca, justo por encima del manantial, con lágrimas en los ojos, comenzó a recitar un hechizo.

- Dragón de buen corazón. Un deseo te concederé. Más allá de tu razón. A ti a y a todos los dragones. Un regalo os entregare. - mientras hablaba la naturaleza le respondía, el viento elevó el agua creando un pequeño tornado bajo sus pies, las hojas que aún iban a tardar en caer se mecían respondiendo al eco que marcaban los animales.

La doncella se sorprendió ante tal hecho y ceso su cantó para mirar con estupor el acontecimiento, mientras que Humberto salía de su disfraz para mirar sin comprender que hacia su pequeña amiga, pero al ver a Gerardo en la distancia, supo que aquel dragón había encontrado la forma de vengarse de hechos pasado usando a su amiga para ello.

- Cuando tu corazón lo desee, tu forma cambiara, más allá de las escamas, más pequeño te harás, y tu cuerpo será igual al de los hombres, sólo en tus ojos se vera la realidad. - dichas estas palabras todos los elementos volvieron a la normalidad, mientras el cuerpo del hada caía inerte al agua.

La doncella cantarina, no era capaz de moverse, en parte por el miedo que le provocaba ver ante ella un dragón, un hada y otro dragón en la distancia, en parte porque su corazón le decía que jamás volvería a ver ante ella acontecimiento igual.

Gerardo se hinchó de orgullo triunfador, había logrado herir al único ser que jamás pudo vencer, ni en combate ni en amor, pues nunca olvido, el rechazo que sufrió por su cobardía en la lucha, y como su propio padre le despreciaba mientras trataba a Humberto como si fuese su hijo, y la dragona que amo, le confeso que no podía ser del todo suya pues su corazón estaba dividido entre el amor hacía él y la admiración que sentía por su peor enemigo.

Humberto con los ojos abiertos como platos se lanzó a atrapar a su hada, y en ese instante, ambos dragones brillaron como brillan las estrellas que alumbran el camino, y sus cuerpos fueron rodeados por los elementos, mientras escamas y garras desaparecían, al igual que su forma cambiaba, para no ser más que humanos, y así Gerardo cayó al suelo sintiéndose más débil que nunca, y Humberto logró atrapar entre sus brazos al hada que tanto cariño le procesaba.

La mujer observó la escena maravillada, como un hombre de ojos como esmeraldas abrazaba con una delicadeza que parecía temer romper a un hada. Y al mirar más allá buscando lo que fue del otro dragón se encontró con un hombre de ojos como la plata liquida que se levantaba costosamente, sin temor fue ayudarlo, y este a regañadientes aceptó su mano.

- Mi pequeña Haydee abrid los ojos, no me tengáis en esta incertidumbre que me oprime el corazón, con la simple idea de no ver más mi reflejo en vuestra hermosa mirada.- decía acariciándole el cabello.

Al ver la escena Gerardo ya no se sintió tan orgulloso de su victoria, veía el rostro de Haydee vacío de expresión y se le hacía un nudo en el estomago, no pensó que eso pasara, en principio creyó que el hada abandonaría a Humberto, pero las cosas nunca salen como uno quiere, y ahora se sentía débil, cansado, y por primera vez sentía frió…

- Lo siento, yo no pensé que ella fuera hacer esto.- se disculpó de corazón incapaz de mirar por más tiempo aquella escena.

La lavandera se acerco a ellos, toco el rostro de Haydee con delicadeza y después tomo el pulso en su cuello, era muy leve, pero aun había vida en ella.

- Dragón verde. - le llamó- ¿puedes levantarte? - esperó la respuesta.

Humberto ni siquiera habló, únicamente se levantó sin soltar a Haydee, manteniéndola muy cerca de él.

- Seguirme, iremos a ver a alguien que si puede entender lo que le pasa, no sé mucho de hadas como para poder ayudarla, pero tampoco sabia que los dragones pudieses cambiar a humanos. - dijo sujetando a Gerardo por la cintura y colocando uno de los brazos de este sobre sus hombros.
- Mujer, acaso no has visto y escuchado las palabras de Haydee… - empezó a ponerse a la defensiva.
- Cállate o te soltare. - amenazó.

Gerardo se mordió la lengua por primera vez en su vida, en cualquier otra situación habría desafiado a la humana, pero ahora no sólo se sentía débil, si no que no quería perder la única posibilidad de ayudar a Haydee, además la mirada que le dedicó su enemigo, dejaba claro que lo mejor que podía hacerle, era matarlo.

El camino que tomaron empezó en la cascada, justo detrás de ella había una cueva, caminaron a través de túneles oscuros, en silencio sepulcral, roto únicamente por sus respiraciones y el eco de sus pisadas, mientras se perdían en sus propios pensamientos.

- Mi pequeña hada, por qué lo habéis hecho. No os negare que alguna vez soñé con ser humano, pero por qué habéis llorado mientras lo hacíais, y para qué concederme un deseo si ya tenía lo que quería, teniéndote junto a mí. Has alegrado mis días con vuestras sonrisas, con vuestra manera de aceptar los regalos de la vida y enseñarme la luz en la oscuridad, sois esa luz para mí, no os apaguéis ahora. - pedía en sus pensamientos Humberto, estrechando contra su pecho, el cuerpo de Haydee, y sintiéndose morir, a medida que este estaba más frío - No quiero que derraméis más lágrimas, a no ser que sean de felicidad. No quiero perderos.
- Que increíble magia ha usado esa hada. Siempre he estado cerca de seres mágicos, pero nunca he visto algo así, no puedo creerme que el hombre que se apoya en mi, hace un momento fuese un dragón azul y a mi lado, esta ese dragón verde, sujetando al hada, no entiendo nada, sólo sé que es mejor llevarles ante alguien que quizás comprenda esto, antes de que el hada se extinga. - pensaba la mujer.
- Cuántas veces tendré que pedir perdón, para lograrlo, cuanto tardare en perdonarme yo mismo. Podrá de verdad esta humana ayudarnos. A donde he llegado con mi envidia, al punto de no importarme herir a alguien que nunca me hizo daño, y todo porque, porque he sido un cobarde… - los ojos de Gerardo empezaban a llenarse de lágrimas - por favor Haydee no te mueras.

Y así entre pensamientos sus ojos fueron cegados por la luz del sol que se colaba por la salida, y nada más poner un pie fuera de la cueva, se encontraron frente a un grupo de elfos de piel bronceada, casi dorada.

- Necesitamos a Serinda. - anuncio la mujer señalando a la pareja.
- Artemis tu tienes permitida la entrada, pero el resto de humanos no. - contestó un hombre que parecía ser el líder.

Gerardo se soltó del agarre de Artemis avanzó un paso, sus ojos brillaron.

- Escúchame bien elfo, como el hada muera, me importara bien poco quemar toda esta aldea. - las alas de Gerardo comenzaban a asomar de su espalda, del mismo modo que sus ojos brillaban.

Los elfos retrocedieron llevando la mano a la empuñadura de sus espadas, nunca habían visto algo así.

- Deteneos, guiarme hasta la dama Serinda. - habló Humberto levantando la cabeza y apartando la mirada del rostro de Haydee su mirada era noble, y brillaba por las lágrimas que estaba derramando.
- ¿Quién me busca? ¿Y para qué? - habló una voz de mujer, fuerte y decidida.

Los elfos se apartaron dejando ver a una elfa, aunque en edad humana aparentaba ser una mujer rondando los 40, sus ojos delataban lo mucho que había vivido realmente, del mismo modo que los de Humberto delataban su naturaleza.

- Esta hada necesita tu ayuda, ella hizo magia y después simplemente quedó así.- explicó Artemis.
- Dragón arcano, acompáñame y ve contándome lo sucedido. Los demás ocupar vuestros puestos. Artemis, tu ve con Idewin, ocupaos del otro dragón. - terminó de dar ordenes y empezó a caminar segura de que todos harían lo que había dicho.
- Dama Serinda, ella es Haydee y cada vez está más fría. - hizo saber preocupado, no creía que hubiese tiempo para las palabras, si no para la acción.

La elfa se giró al momento, colocó con cuidado una mano sobre la frente de la joven y se puso seria.

- Hablar rápido y contarme que sucedió, si no lo sé, no podré ayudarla.- ordenó.
- No conozco todos los acontecimientos, pero os diré cuanto sé. Hoy la he dejado en “El concilio”, pero mientras escuchaba las canciones antiguas de la joven que llamáis Artemis, ha aparecido, los elementos han respondido a su hechizo, y ella ha empezado a caer, he querido cogerla, pero con mi cuerpo de dragón podía haberla herido, y entonces Gerardo y yo nos hemos transformado en humanos como había dicho que ocurriría. - explicó cuanto sabía.

Acabadas las palabras del dragón se encuentran en la casa de Serinda, está hecha de tal forma que parece una con los árboles, pero eso poco importa ahora. Haydee es depositada sobre un lecho y mientras Humberto sostiene su mano, resistiéndose a separarse de ella, la elfa prepara al fuego una mezcla de hierbas.

- Dragón arcano - le llama de nuevo - dale esto de beber. - al decir eso sirve un cuenco con el preparado de hierbas.

Sin darse tiempo a dudar, sin pensar mucho en ello y poniendo toda su confianza en aquel preparado, lo lleva hasta Haydee, la sujeta con cuidado ayudándola a tomarlo, o más bien obligándola a ello ,pues ella continua en ese estado de inconciencia… no funciona, o al menos eso cree él ya que sigue durmiendo.

- Dama Serinda, no es por ser descortés, pero ¿he de esperar mucho a ver el resultado? - pregunta impaciente.
- Hmm… - le mira unos segundos - es sólo para que recupere fuerzas, lo demás lo hará el sueño. - Humberto mira sin acabar de entenderlo - Igual que los dragones dormís para recuperaros después de las duras batallas, ella ha de descansar después de hacer un hechizo que no sólo te afecta a ti, si no a todos los dragones, es mucho poder, y mucho riesgo.

El dragón se sienta algo más relajado, y suspira mirando a su hada, la coge de la mano, le sigue pareciendo tan pequeñita como cuando está en su autentica forma.

- ¿La amas? - pregunta la mujer sin dudar un instante.

La pregunta coge desprevenido a Humberto, nunca se ha planteado que siente poe Haydee, es un dragón, lo dragones no se mezclan con las hadas, ni con ningún ser que no sea un dragón.

- Es importante para mí. - dice evitando dar más datos.
- No lo niego, pero decide pronto lo que sientes, o el hada volara a otro lado, ella entendió mal y por eso eligió ese deseo. - tras decir eso los deja solos, no sin antes darle una túnica a Humberto.

Gerardo se siente extrañó, Idewin le ha dado ropa, pero mantienen cierta distancia, no ha olvidado su amenaza.

- Necesito que me ayudes con la espada y la lucha cuerpo a cuerpo, el arco se me da bien, pero… no dejare que ningún gordo grasiento vuelva a intentar hacer algo sin mi consentimiento. - su tono se eleva al final y sin querer tensa demasiado la cuerda del arco que sostiene en las manos.
- ¿Qué se te da bien? Pero si eres mejor que muchos elfos. - le dice Idewin dándole unas palmaditas en el hombro.
- Yo también quiero. - hace saber Gerardo, haciendo que le miren fijamente - Si voy a tener cuerpo humano mejor saber defenderme como tal ¿no?

Idewin sonríe y cruza una mirada con Artemis, coge una espada y sin dudar se la tira al dragón.

- Vayamos fuera, no quiero romper nada.

La joven sale primero, algo le dice que esto va a seguir siendo un día interesante. Idewin sonríe, una sonrisa perversa, del que sabe que ha llegado su momento de gloria, o más bien de venganza.

La espada en sus manos, no le resulta pesada, pero no tiene mucha idea de cómo se coge, haciendo memoria de guerreros que ha visto, la coge con ambas manos y la pone delante suya apuntando con la punta al elfo. Idewin se ríe al verlo, ni siquiera se molesta en desenvainar.

- ¿Atacas o sólo piensas mirarme con la espada en alto? - pregunta con sorna.
- En realidad esperaba poder ver tus movimientos antes, ya sabes, por eso de que apenas se coger una espada. - las palabras de Gerardo eran sinceras, pero teñidas de cierto retintín.
- Tu mismo.

Idewin desaparece de la vista de todos, sus movimientos son rápidos y se coloca detrás de Gerardo que no se ha movido un ápice, sin usar la espada coloca una daga en el cuello del dragón y le susurra.

- Estás muerto.

Artemis coge otra espada, creyendo que con eso a Gerardo se le habrán quitado las ganas, pero al momento se da cuenta de su error, los ojos del dragón brillan unos segundos, y la espada que sostiene cae al suelo, tanto ella como el elfo creen que se va a transformar en dragón, pero en su lugar lleva sus manos al brazo que sostiene la daga, apretándolo con fuerza, a la vez que le da un cabezazo.

- Aún no. - responde a la vez que la daga cae al suelo.

El elfo se tambaleo un poco, pero logro recuperar el equilibrio para poder darle un fuerte golpe en el estomago a su rival.

- Parar. - ordena Artemis con voz firme.
- Ni hablar. - dicen ambos al unísono.

Gerardo se prepara para la siguiente patada y atrapa con sus brazos la pierna, para después girar sobre si mismo y hacer caer al elfo. Artemis molesta prepara una flecha en el arco y dispara muy cerca de la cabeza de Idewin, la flecha roza la cabellera de este, pero aun así la pelea continua.

- He dicho que paréis. - les grita preparando otra flecha, esta vez zumba cerca de uno de los hombros del dragón.
- ¡No! - gritan ambos como respuesta mientras intentan golpear al otro.

Artemis vuelve a coger otra flecha y tensa la cuerda del arco más de lo que debería provocando que la cuerda se rompa e hiriéndose la mano, en ese momento su gritó de dolor detiene el combate, ambos la miran preocupados, y ella sin dudarlo un ínstate y mientras se lame la sangre de la mano, les pega una patada en la cabeza.

- Si os digo que paréis, paráis, patanes.

Ambos hombres se ponen de pie, intentando arreglar algo su aspecto sin mucho existo.

- Perdona Artemis, me deje llevar. - dice Idewin.
- ¿Tu mano? - pregunta Gerardo extendiendo una mano para que se la enseñe.
- No es nada, ahora cuando venga Serinda le pediré que me cure. - sonríe quitándole importancia.
- Me encanta cuando habláis de mí. - dice la elfa desde detrás de la joven, mirando con cierta decepción a los hombres - Ir a arreglaros, después volver, quiero hablar con vosotros. - ordena con los brazos en jarra.
- Fue culpa suya. - murmura el elfo, cogiendo del brazo a Gerardo y arrastrándolo con él.

Gerardo e Idewin se arreglan, más bien este último arregla ambos, encargándose de que se vean presentables.

- Eres como un crió. - se queja.
- Nunca antes había tenido cuerpo humano, te recuerdo que soy un dragón.- le dice molestó por la situación.
- Vale, vale.
- De verdad... me gustaría que me enseñases a pelear. - dice mirándole desde abajo, a pesar de que le saca casi una cabeza.

Verlo así sorprende mucho al elfo, que le esta atando bien la camisa.

- Lo pensare.- farfulla - Vamos antes de que Serinda se enfade más y nos pegue en la cabeza.

La mano de Artemis ha sido vendada, y hablan sobre el estado del hada.

- Sólo necesita dormir, el hechizo que hizo, es increíble, nunca oí hablar de un hada que concediese tremendo deseo, cierto es que son seres mágicos de gran poder, pero no pensé que tuviesen tanto.
- Haydee es especial. - interrumpió Gerardo.
- ¿Qué quieres decir?
- Es distinta, no sé como serán las otras hadas, pero ella se hace querer, no sé es de estás personas con las que no puedes tener termino medio, o la quieres o la odias. - intenta explicar algo que no sabe como describir y se rasca la cabeza sintiendo que sus palabras no expresan lo que quiere decir.
- Vaya pensé que me ibas a decir que era la princesa desaparecida de las hadas o algo así. - bromeo mirando la reacción del dragón, pero este sólo se encogió de hombros.
- Y el otro dragón, el que era de piedra. ¿cómo está? - pregunta Artemis.
- Junto a su hada, no creo que se separe de su lado en mucho tiempo.

Humberto continua pensando en las palabras de Serinda, nunca se había planteado sus sentimientos hacía Haydee, para el se convirtió en algo tan normal tenerla al lado, que no pensó en la posibilidad de que dejase de estarlo, realmente desde que ella llego no había ido a perderse en sus viejos recuerdos, y aquel día, para él era la despedida de tiempos pasados, de heridas que no dejaba que cerrasen, suspiró y apoyando los codos en la cama, terminó con la frente apoyada en sus manos y la de Haydee que aun no soltaba.

- La dama Serinda está en lo cierto con sus palabras. Te amo, por como eres, por como soy cuando estoy contigo, no me dejéis por favor, deseo no os pedí porque ya me estabais concediendo uno sin daros cuenta, únicamente con vuestra presencia. - se le rompía la voz según hablaba.

Lentamente Haydee fue abriendo los ojos, las palabras de Humberto le llegaban como un eco, pero no las entendía, había tenido ensueño muy extraño que tardaría en recordar, sintió el calor de las manos de Humberto sobre la suya, y movió un poco los dedos para llamar su atención.

- ¿Qué ha pasado? - preguntó sin reconocer el lugar y sin saber quien era ese hombre.

Al escuchar la suave voz del hada, levantó la cabeza y la miró unos segundos con sus ojos llorosos antes de tirar de ella y abrazarla.

- Nunca jamás, nunca jamás, nunca, nunca, nunca jamás. - repetía acariciándole el cabello.
- ¿Maese Humberto? - preguntó dudando, acaso su hechizo había funcionado, ella no había hecho ninguno hasta ese momento.

Se separó un poco de ella, para verla a los ojos y que ella pudiese ver en los suyos, eso fue lo único que hizo falta a Haydee para saber con seguridad, que era él.

- ¿Podré quedarme junto a ti? Aunque ya tengas tu deseo. - preguntó sin verse capaz de seguir mirándole a los ojos.
- Por siempre jamás, nunca dejare que te apartes de mi lado. - dijo cogiéndole la mano y entrelazando sus dedos con los de ella.

1 comentario:

Di dijo...

lo he leido que lo sepas... xD situs!!