viernes, septiembre 21, 2007

Fragíl

Yo no soy sádica… en fin, otra historia de hace 3 años, sí, sigo sin acabar nada, soy demasiado perezosa…
~*Frágil*~

A pesar de su timidez, de que no le gustara llamar la atención, no podía evitar hacerlo, pues hiciera frío o sol siempre llevaba ropas que apenas dejaban ver una parte de su cuerpo, nunca hacía gimnasia y si lograban verle alguna parte de su piel solía tener algún moratón, por eso corrían varios rumores siendo el más creíble que en su casa le maltrataban, pero incluso ese estaba equivocado, ya que nadie jamás le había puesto la mano encima, ni tan siquiera para hacerle una caricia.

Las clases ya habían llegado a su fin, hacía más de media hora que esperaba sentado a que saliera su amiga, siempre iban juntos a casa, aunque ella siempre se hacía de esperar, a él no le importó a fin de cuentas ella era la única que conocía su secreto.

Un hombre muy musculoso y con ropas militares se le acercó.

- Disculpa ¿tienes hora? - le preguntó.
- Sí, son las…- decía mientras apartaba la manga de la sudadera, dejando ver un muñeca fina y delicada, con una piel blanquísima y sobre esta un reloj de “Doraemon” que marcaba las… - cuatro menos cuarto señor.
- Gracias, perdona que te siga molestando pero podrías decirme donde esta “La presa”. - Sí, esta aquí cerca, justo detrás del instituto, aunque si quiere le acompaño.- dijo el chico amablemente.
- Te lo agradecería mucho si lo hicieras. - respondió sin dejar de mirarle.

El joven aceptó, pero le pidió que esperase un momento, en un instante escribió una nota y la escondió detrás de una piedra en el muro.

No tardaron mucho en llegar, estaba a menos de una calle, pero nada más verla el chico se quedó todo intrigado, “La presa” era un coto de caza abandonado desde a saber cuando, nadie iba por allí ni siquiera los chicos, se decía que era un lugar maldito, por eso no le extrañó ver que estaba completamente cerrado con verjas, pero si le extraño que al intentar ver que había más allá de las verjas y de los arbustos que apenas le dejaban, logró distinguir una figura conocida, una chica disfrazada de conejita que no se dio cuenta de que él decía su nombre:

- ¿Maria?
- ¿Qué has dicho? - preguntó el desconocido.
- Nada. Le diría como entrar pero no lo se.- dijo para cambiar de tema.
- No te preocupes.- respondió sin dejar de mirarle. – Ya me has ayudado mucho.

Al joven le ponía nervioso aquel desconocido, le molestaba que no dejase de mirarle, no sabia como explicarlo pero le incomodaba.

Se marchó a casa intrigado sin saber que al día siguiente recibiría respuestas que no querría conocer.

Ya había anochecido cuando salio a comprar, solía ir siempre a esas horas porque eran en las que menos gente había, pero a la salida del supermercado, cuando todavía le daba vueltas a lo sucedido después de las clases se choco contra un chico joven y cayó al suelo, de la impresión se quedó en el sitio, normalmente no le pasaba, siempre tenía mucho cuidado, pues el más mínimo roce era para él la cosa más dolorosa, automáticamente su piel empezaba a enrojecer donde le habían tocado y al poco tiempo aparecía el moratón, pero no sintió nada, nada en absoluto donde aquel chico le había dado, y para demostrarlo tampoco le dolió cuando el chico le levantó del suelo sin previo aviso y le dio sus cosas sin dejar de disculparse y preguntar si estaba bien, se limitó a asentir y se marchó a su casa como un autómata, era la primera vez que le pasaba algo así. ¿Quería decir eso que ya no le iba a doler más cuando le tocasen?, que equivocado estaba nada más entrar en casa lo supo, pues al darle dos besos a su madre y que esta se los de volviera sin pensar, el dolor volvió, intentó ocultar la mueca de sufrimiento para que ella no lo notase, pero no sirvió de nada, se dio cuenta igualmente y se sintió fatal, por no poder tocar a su hijo, porque ella lo necesitaba casi tanto como él.

No podía dormir, por un momento se había creado falsas ilusiones en las que al fin sabía lo que era una caricia, un beso, sin que le hiciera daño, sin que le dejaran marcas que tardarían días en quitársele, su madre entró en el cuarto y le tapo bien antes de decirle:

- Un día encontraras a alguien especial, que podrá tocarte sin hacerte ningún daño.

Le hubiese gustado preguntarle cuando, pero sabía que era una pregunta sin respuesta, por lo que prefirió hacerse el dormido, aunque la realidad fue que tardó mucho en dormirse y cuando al fin lo hizo estaba abrazado así mismo con lágrimas en los ojos.

- Pronto Ai, muy pronto… - dijo en un susurro su madre cuando volvió a entrar a comprobar que no se había destapado.

Si hubiese sabido lo que le esperaba aquel día en el instituto se habría pensado lo de ir. Nada más llegar su profesora le dijo:

- El director quiere que vayas a su despacho, ahora.

Miro a su profesora esperando alguna explicación, pero ella le empujó hacía el despacho del director, al contrario de lo que pensaba le trató muy bien, fue muy amable en todo momento, le invitó a tomar algo y le habló de que no tenían ninguna queja de él.

- Disculpe, pero si acaba de decir que no tiene quejas sobre mi ¿Por qué me ha hecho llamar? - se atrevió a preguntar.
- Me alegra que me hagas esa pregunta, veras resulta que aparte de mi trabajo de director del instituto, también me encargo de un negocio un poco, como lo diría, fraudulento. Y aquí es donde entras tu, normalmente las presas lo son por decisión propia, pero me han pagado 50 millones a cambio de poder cazarte, y me pagaran el doble si lo consiguen, pero como me recuerdas a mi cuando tenía tu edad y no conocía la realidad de la vida te daré un consejo, se muy rápido, porque si te cogen podrán hacer contigo lo que quieran. Dulces sueños.

La última frase era muy adecuada, si había escuchado todo eso sin protestar era porque se sentía aturdido, todo daba vueltas a su alrededor y las cosas empezaban a nublarse, algo muy normal cuando te mezclan un sedante en la bebida. Al despertar le dolía todo el cuerpo, y no tenía idea de donde estaba, intentó aclarar sus ideas cuando se escucho la voz del director:

- El juego ha empezado, las presas ya están sueltas, les deseo una gran cacería.

Las ideas se le aclararon, recordó todo lo que había dicho el director y decidió seguir su consejo, hecho a correr como nunca antes, con la única idea de salir de ahí, no tardó en reconocer el sitio como “La presa”, por lo que seguramente si seguía todo recto no tardaría en llegar a las verjas, cuando por fin llego apenas podía con su alma, nunca pensó que fuese un sitio tan grande, sabía que no tenía tiempo de recuperar el aliento ya lo haría cuando saliese de allí, se disponía a saltar la verja cuando una voz conocía le gritó:

- ¡No lo hagas!

No necesitó girarse para saber quien era, pero en cuanto lo hizo se encontró con María, vestida como cuando le pareció verla.

- ¿Por qué? - preguntó sin entenderla.

María se quedó muda, le apartó la mirada avergonzada, nunca pensó que él la vería así, tragó saliva y recogiendo una piedra la tiró contra la verja haciendo que saltasen chispas.

- Están electrificadas. – dijo sorprendido - Da igual, tenemos que encontrar otro modo de salir de aquí.
-Yo no puedo…- susurró en respuesta.

Pero antes de que pudiese preguntarle el motivo, de que ella pudiese explicarle más cosas fueron interrumpidos por una voz ronca.

- Cuanto tiempo sin vernos conejita, aunque esta vez es a tu amigo al que busco.- dijo relamiéndose los labios el mismo hombre al que Ai había ayudado.

María se puso delante de su amigo para protegerle, el hombre se río ante ese acto y de un rápido golpe la tiró al suelo, Ai intento ir hacía ella para ayudarla, pero el hombre le cogió del brazo, a pesar de toda la ropa que llevaba sintió el contacto en su piel como si le quemaran, su sensibilidad era tal que casi se desmaya del dolor, se dijo así mismo que no podía abandonar a su amiga en esa situación y comenzó a forcejear.

- Espera a que le haga efecto la droga, entonces veras lo que es en realidad.- le decía el hombre entre carcajadas.

Pero no le hizo caso, por lo que acabó inmovilizado en el suelo, en principio estaba de cara al suelo, pero le dio la vuelta porque quería ver su cara en todo momento, quería ver como pasaba del terror al placer, placer que él se encargaría de darle. Con un machete comenzó a cortarle las ropas, el simple roce de este contra la blanquecina piel hizo que empezara a sangrar, haciendo que el hombre le mirase estupefacto por unos segundos, pera luego continuar su trabajo, en cuanto acabo con sus ropas empezó a lamer la sangre, Ai no soportaba el dolor que le producía se retorcía entre los brazos de aquel hombre mientras gritaba pidiendo ayuda desesperado.
María no se movió, se quedo allí observándolo todo en silencio, habían sido amigos desde la infancia , ya no era capaza de recordar hacía cuanto tiempo se había enamorado de él, sólo sabía que era la primera vez que lo veía desnudo, y que quería ser ella quien le estuviese acariciando, el cazador se dio cuenta y la ordenó que se acercara sin soltar a la presa que de verdad le interesaba.

- Te dejare jugar un rato con él, pero que te quede claro que es mío y tú también así que sólo harás lo que yo te diga, desnúdate.

María obedeció en silencio, ante los ojos llorosos de su amigo, que la miraba con reproche, pero a ella ya no le importaba, la droga había hecho efecto y sólo haría lo que se le ordenara, y esta vez las cosas eran diferentes porque a ella no le importaba que fuese contar de poder tocar a su amor.

Ai continuo gritando, forcejeando hasta quedarse sin fuerzas, el dolor era tan grande que muchas veces había estado a punto de desmayarse, pero aquel hombre no lo había permitido, lo quería despierto para cuando llegase el momento.

No supo cuanto tiempo paso, hasta que apareció alguien.

- Estos son míos, caza los tuyos propios.- había dicho el hombre sin apartar la vista de Ai.

Y antes de que pudiese darse cuenta había sido golpeado hasta caer inconsciente, habían apartado a María haciendo que se quedase de pie, como si no hubiese pasado nada, mientras que Ai se abraza a sus rodillas tiritando convulsivamente, su salvador se acercó, viendo como la piel blanquecina se había teñido con la sangre de su dueño, sangre que salía de las heridas que le habían provocado al tocarle, la que no estaba manchada, estaba morada. Se acerco con más cuidado a él y le tapó con su abrigo, sólo entonces Ai levantó la mirada para encontrare con el mismo joven con el había chocado la noche pasada, este le reconoció en seguida y esta vez le ofreció su mano para ayudarle a levantarse, al intentarlo se tambaleo y estuvo a punto de volver a caer, pero en un momento el otro le cogió en brazos y lo llevo así hasta la ambulancia.

- Buena redada ¿Verdad Tai? - le dijo uno de los policías.

Este miró al chico que acaba de dejar para que curaran y examinaran en la ambulancia y contestó:
- Podíamos haber llegado antes.

Ante aquella respuesta, el policía miró lo mismo que veía su compañero, las chicas que se llevaban para desintoxicar y lo que a sus ojos le pareció un niño lleno de golpes, pensó que seguramente a él le habían forzado, y apartó la mirada ante la dureza de la vida y de parte de su trabajo.

- ¿Cómo está? - preguntó Tai al medico que había atendido a Ai.
- Está intacto, debió de luchar como un valiente, asido el más difícil de tratar.
- ¿Qué quiere decir?
- Ese chico es un caso muy especial, ya había oído hablar de él en el hospital, pero nunca le había visto, tiene una enfermedad que hace que una caricia para él sea un golpe, por eso al curarle teníamos que tener cuidado de no hacerle más daño. ¿Quiere verlo?

Tai se limitó a asentir y en pocos segundos se encontró delante del chico al que había salvado que continuaba tapándose con su abrigo.

- ¿Cómo estas?- le preguntó más por decir algo que otra cosa.
- ¿Y María? - respondió sin querer responder a una pregunta que no sabía como contestar en ese momento.
- Hmmm… la chica que estaba contigo esta bien, sólo tiene que desintoxicarse, en cuanto se le vaya toda la mierda que le metieron volverá a ser la chica de siempre.
Hemos llamado a tu casa, pero no contesto nadie.
- Mi madre se iba hoy a Alemania, es azafata, y mi padre no quiere saber de mi porque según él soy un monstruo, quizá tenga razón.- respondió.
- No creo que alguien como tu sea un monstruo y si quieres puedes venir conmigo hasta que vuelva tu madre. - le dijo sin mirarle y sin pensar en lo que estaba diciendo.

Ai le miro y le dijo:
- Todavía no me has dicho tu nombre.
- Taichi, Tai para los amigos y tu ¿eres sólo Ai?
- Si mi madre pensó que era una manera de demostrarme que me quería, con eso de que no puede tocarme.

Tai pensó que debió ser muy duro, pero se guardo el comentario.

- Vamos tu carruaje espera.

Y antes de que Ai pudiese decir algo más le metió en el coche y le puso el cinturón de seguridad, se sorprendió de que no se quejara, acaso no había dicho que no podían tocarle.

En el coche Ai se quedó dormido, apoyado contra la ventanilla, no fue hasta Tai le volvió acoger que abrió los ojos, y sin pensarlo, como si fuese algo natural para él paso sus brazos al rededor de su cuello y volvió a quedarse dormido. Tai no entendía nada, no podía explicar por que se había llevado al chico a su casa, por que actuaba así con él y por que no lo había olvidado desde que chocaron.

Para cuando Ai volvió a despertarse llevaba un pijama inmenso, y su salvador permanecía dormido en una silla a su lado, no sabría decir porque lo hizo, pero se levantó de la cama e hizo que este se metiera para después acostarse a su lado y volver a dormirse abrazado a él, Tai se quedó sin saber como reaccionar, intentaba contenerse porque no quería hacerle daño, aunque al ponerle el pijama había comprobado que no le aparecían nuevas heridas, y decidió que a partir de ese momento viviría para protegerle.

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