lunes, octubre 08, 2007

Bebe

Esa noche un ángel con la señal de los caídos todavía sangrando en su frente se presentó ante él, todo su cuerpo estaba lleno de heridas abiertas, en sus brazos un bebe, que se aferraba a la poca ropa que le quedaba con las manos, el ángel lo miró, sus ojos parecían llorar sangre cuando le tendió el pequeño pidiéndole sin palabras que lo cogiese. Dudo un momento pero lo tomo en sus brazos, no muy seguro de cómo debía cogerlo, y en el mismo instante en que lo hizo el ángel cayó a sus pies, no le hizo falta comprobarlo, sabía que estaba muerto.

Sin prestarle más atención al cuerpo del ángel, observó al bebe, no era un ángel, se notaba, tampoco demonio, pero que él supiese los humanos no tenían en la frente una gema incrustada, ni orejas puntiagudas, pidió consejo a un amigo y sus palabras fueron claras.

- Mátalo.

Se quedó solo en la sala, sabedor de que estaba siendo vigilado, en cuanto saliera, querían ver que lo había eliminado. Miró al bebe durmiendo placidamente, toco la piedra de su frente, inequívocamente estaba incrustada, se decía asimismo que tenía que matarlo.

No paso mucho tiempo hasta que indico al vigilante que pasara, este observo la sala, en el lugar donde antes dormía un bebe, ahora sólo habían cenizas, todo había sido carbonizado, apoyo la mano en el hombro del joven y le dijo:

- Has hecho lo que debías.

Abandonó la habitación con aire aburrido, se apartó los cabellos que le tapaban el rostro y girándose dijo:

- No vuelvas a tocarme.

Hay cosas que no pueden notarse si no las ves de cerca, nadie noto como en volvía al bebe en la manta en que se lo entregaron, y le escondía en la bolsa de su cinto, dando gracias de que fuese tan pequeño y delgado, para quemar el lugar donde lo había dejado con su fuego y avisar de que todo había cesado.

Se encontró de nuevo en la superficie, en el mismo bosque en que una vez curo a su ángel y le espero una día con su noche y nunca apareció, bajo el mismo árbol en que lo beso dejo al bebe, y sacando una daga de su cinto le arranco la gema de la frente sin importar cuanto llorase ni la sangré que brotaba de la herida, le vendo la cabeza y dejó que cogiese la piedra entre sus brazos, para decirle:

- Que vivas ahora es cosa tuya.

Apoyado en el árbol, con el pequeño en sus brazos miraba a los cielos recordando al amor que le arrebataron y jamás pudo arrancar de aquello que los húmanos llamaba corazón, cuantas veces le hubiese gustado poder hacer como con aquella piedra y sacar aquellos sentimientos de él.