miércoles, noviembre 28, 2007

Magia

Hasta ese día mi mundo había sido un cuento de hadas que yo mismo cree, un castillo formado por sueños, que desapareció como todo lo que he amado.

Crecí sólo con mi madre, un padre no me hizo falta, lo que él pudo enseñarme lo aprendí por mi mismo, pero aprender a querer y ser querido, eso lo enseña una madre, también me enseñó a creer en la magia, en hadas y, en que lo sueños podían hacerse realidad. Por ella aprendí a hacer hermosas ilusiones, para robarle sonrisas más allá de los problemas de una enfermedad que le robaba la vida mientras pensaba en que no podía dejarme solo, pero así fue. Un día se marchó y mí niñez se llevó. Empecé a ser más hombre de lo que había sido cuidándola, debía ser un buen hombre para que estuviese orgullosa de mí, desde los Campos Elíseos.

En mí perduro el creer en todo lo que me dejo, puede que yo fuese un simple plebeyo, pero por mis propios medios en un mago me convertí y el corazón de una princesa robe a cambio del mío propio.

Junto a mi princesa seguí haciendo magia, disfrutaba de las sonrisas de los niños, del asombro de los adultos que volvían a ser niños, soñábamos con tener uno propio, pero por más que lo intentamos, no lo logramos, parecía un imposible y no quisimos saber cual de los dos había sido maldecido, sin importar cual fuera, no nos separaríamos por ello.

Pasó el tiempo, éramos felices aunque a veces nos sorprendíamos el uno al otro añorando algo que no habíamos tenido, nos consolábamos mutuamente.
Sin más, un día llego, como un sueño, pequeña niña inocente, llena de amor por la magia. Cada día venia a ver el espectáculo, nunca llegaba tarde, siempre disfrutaba. Sus padres aceptaron cuando les pedí que me dejasen enseñarle magia y ella aprendía todo con una naturalidad que me hechizaba, era como tener una hija. Todos mis secretos compartí, se convirtió en una más del espectáculo. Mi princesa diseñaba las ropas y a veces nos ayudaba, disfrutábamos esa vida llena de magia y fantasía, vivíamos en nuestro propio cuento de hadas, el teatro era nuestro castillo, todos los días estaban llenos de luz.

Todo termino, como en los cuentos de hadas, un enorme dragón todo nos arrebato, un dragón de metal se llevó por delante la vida de la princesa, aunque estaba a su lado y quise protegerla, nada pude hacer, en mi cuerpo quedo la marca de su garra, en mi corazón el vacio y el dolor, la vi irse, mi magia no sirvió, no era poder lo que tenía, no tenía nada. ¿De qué me sirvió? Si cuando de verdad lo necesite fue inútil.

El castillo siguió brillando bajo la luz de la pequeña hechicera que esperaba para hacer magia conmigo, ya no había magia en mí, ni cuentos de hadas, ni sueños ni nada, destroce todo lo que había en el lugar ante sus ojos asustados, intentó detenerme, hacerme volver a ser el que fui y no sería más, me habló de promesas, de mi dulce princesa que se fue y no volvería, la cogí por los hombros, le hable de verdades crueles que hacen daño y arrebatan sueños.

– Isolda ha muerto. No volverá. – Me miró con sus ojos casi llorosos, no quiso
creerme, pero sabía que no mentiría con algo así.
– Pero… ella me prometió
que me enseñaría a coser, ella siempre cumple sus promesas. – Dijo mirando a la
puerta esperando que entrase.
– Las promesas pueden romperse, sobretodo
porque ella ya no esta Zehel, ha muerto. – Al final fui yo él que lloro.
Me acarició el rostro con sus pequeñas manos, me sonrío mientras lloraba, paso los dedos por la venda que cubría la herida del dragón, y la abrace desconsolado, dejando salir en lágrimas todo el dolor que me hizo destrozar el cuarto.

– La magia no existe. – Sentencie rompiendo el abrazo y sujetándola suavemente
mientras la miraba a los ojos, vi como algo se rompía dentro de ella. – Son sólo
ilusiones, nada es lo que parece. Prométeme que nunca creerás en ella. – Pedí
deseando que no acabase como yo.

Observó lo que quedaba de todo cuanto fue, el cartel destrozado que anunciaba la función con un dibujo de los tres, y después dijo sus palabras con firmeza, como si fuese el más noble de los juramentos.

– Lo prometo.
El funeral estaba lleno de personas rindiendo honores a la princesa, los reyes lloraban juntos. Mientras yo permanecía de pie, observando la tumba, a mi lado la antigua hechicera sostenía mi mano, ninguno de nosotros lloro, aunque nuestra imagen era la del dolor, no quedaban más lágrimas o más bien no quisimos llorar más, a ella no le habría gustado.

El rey leyó los deseos de su hija, explicó que ella habría querido irse con una actuación mía, le mire sin decir nada, lleno de rabia por pedirme en un lugar sagrado una actuación de mentiras, las personas insistieron, no quise hacerlo, pero la mano que sujetaba la mía apretó con fuerza y sus voz de niña me habló como adulta:

– No es por ellos, ni por nosotros, es por Isolda.
No había nada preparado, nada en absoluto, él que ha muerto no puede volver, y al mirar el ataúd recordé los viejos trucos sin tanto efecto, me vi a mi mismo frente a otra tumba, haciendo magia en memoria de otra persona, ese yo había muerto.

– Podemos hacerlo. – Repitió la pequeña apretando mi mano con fuerza.
Cogí su otra mano, juntándolas, desee volver a creer en las hadas, aunque sólo fuese unos segundos, desee poder ser ese niño otra vez, recordar aquella sensación que recorría mi ser al ver las hadas volando, sabia que las manos que sostenía creerían conmigo, que caerían conmigo, y entonces los dos cerramos los ojos. Volvimos mentalmente a unos días atrás, las hadas aparecieron ante la tumba, dejando flores para la princesa, como en el pasado hicieron para mi madre, aquella reina que no necesitaba corona ni trono.

La magia no existe, eso le hice prometer, y ahora que en mi encierro de más de dos años descubro mi error, no puedo correr a enmendarlo, a devolver el poder a mi pequeña hechicera, porque estoy preso de un maleficio. Encerrado en la torre de los reyes, me esconden y tienen oculto, para que nada me pase y nunca les deje. Doy gracias a las pequeñas hadas que a veces me visitan para calmar las pesadillas que las animas perdidas me crean en su dolor, y las causadas por los propios reyes que creen estar protegiéndome del mundo de la locura.


Un Enorme Dragón

1 comentario:

Di dijo...

Hmmm.. que triste no?