lunes, septiembre 29, 2008

Nuevo Espíritu

En el cementerio hay un jardín lleno de rosas azules y cada noche hay un niño pequeño que recoge una para cada una de las tumbas, no importa si esta hace tiempo que no recibe visitas o alguien va a cuidarla, él dejara la rosa y limpiara la tumba respetuosamente, ese niño me esta esperando, no puedo dejarlo solo, si tengo que enfrentarme a Muerte o a cualquier otro ser que quiera separarme de él, lo haré.

Estábamos en una habitación grande, llena de niños de distintas edades y una voz monótona hablaba sobre almas y ángeles guardianes, no le hice mucho caso ocupado como estaba en comer una zanahoria, pero entendí que yo no tenía alma ni ángel guardián, no creí que fuese importante hasta que él colgó en mi cuello un amuleto, tenia un sonido muy bonito cuando lo agitabas y sus palabras me llegaron.

– Era de mamá, papá se lo regalo y yo te lo doy a ti, porque diga lo que diga el profe, tú tienes alma, y puedes quedarte mi ángel, porque yo te tengo a ti, así que cada vez que hagas sonar esto estarás llamando a tu ángel.

Era feliz, cuando jugábamos al escondite, o simplemente acompañándole en las noches sin fin, pero un día no pude volver a su lado, me atraparon y simplemente morí, supe que estaba muerto porque Muerte vino por mí, me miró con curiosidad, y aunque me negué a ir con él, me obligo sin hacer nada, lo único que dijo fue:

– Curioso.

Me encontré en un lugar frió… no, no era frío, pero tampoco caliente, era algo que adormecía, simplemente seguías dejándote llevar, siguiendo el rió de almas que se dirigían a la balanza para ser juzgados, algo dentro de mi me gritaba que no fuese, si lo hacía no volvería a verle. Intente pararme y las demás almas me empujaron hacía delante, quise dar la vuelta y fue como si nunca lo hubiese hecho, sentí unos ojos vigilándome desde arriba, pero no podía ver nada.

Llegue volando, justo cuando llego su turno para la balanza, Muerte estaba ahí, observándolo todo con su rostro vació de toda emoción, me habría gustado ver sus ojos al verme, pero los mantenía tapados, creo que ni me miró cuando me habló.

– No deberías estar aquí.
– He venido a devolver un alma a su sitio.
– Regresa con tu protegido.
– No sin ella.
– Su hora ha llegado.
– Te llevaste a sus padres. ¿Es realmente necesario que te lleves a su mascota?, es un alma pequeña y sin importancia. – Alegue intentando convencerle.
– Si tan insignificante es, por qué un ángel custodio ha abandonado a su protegido por ella.

Estaba sin palabras, además sabía que Muerte sólo hacía su trabajo, pero estaba seguro de que él estaría esperándolo, como espero a sus padres.

– ¿Y si me quedo en su lugar? – Fue lo único que se me ocurrió, darle algo a cambio de lo que quería.
– Y si me ofreces algo que quiera. – Había sarcasmo en sus palabras.
– ¿Qué quieres?
– Tu protegido.
– NO, aún no es su momento. – Me enfurecí.

Fue la primera vez que veía un ángel tan claramente, hablaba con Muerte, mientras escuchaba, al fin había logrado pararme, mas seguía sin fuerzas para hacer lo que quería, sin embargo me di cuenta de que no era un ángel cualquiera, era el ángel del niño, de mi niño dulce y pude entender claramente lo que decían, intente atacar a Muerte al escucharle, pero sólo lo traspase inútilmente.

– Eres un alma fuerte. – Sentía su mirada escrutadora.
– No tocaras al niño dulce. – Dije sin notar que nunca antes había hablado tan claramente.

Los dos estábamos de acuerdo en algo, más que en algo, sabíamos que era necesario el regreso, él estaría esperando, aunque el frió helase su cuerpo hasta perder el color y las manos dejasen de responderle, permanecería en el lugar de los reencuentros.

– Eres un custodio novato, apenas has salido del mundo celestial, por lo tanto el alma que proteges es nueva, no te preocupes pasara muchas veces por mis manos. – Muerte me miró al decirlo, ignorando a mi parecer al conejo.

No sé que hizo, pero fue como si mirase dentro de mi, de todo cuanto había sido desde mi creación y aunque un ángel no conoce realmente lo que es el dolor, esa es la única palabra que se me ocurre para describir como me sentí en el proceso, y aún así no llega a acercarse al sufrimiento de ser un espíritu al que arrancan partes para luego devolverlas.

El ángel gritaba y yo no pude ayudarle, no podía tocarles, era realmente un alma pequeña en comparación a muchas de las que había visto, pero eso no importaba si podía volver, pensé en huir mientras Muerte se ocupaba del ángel, pero no lo hice y por ello, me hizo sentir lo mismo que al ángel, mi estancia en la tienda de animales me fue arrebatada y después de vuelta, hizo lo mismo con otros recuerdos, simplemente me arrancó los únicos que importaban, todo el tiempo con el niño dulce, quise recuperarlos, y note que esta vez si lograba arañarle sin mucho éxito.

De rodillas ante Muerte, sujetaba dos esferas que contenían todo lo que nos unía, no sé como sacamos fuerzas para levantarnos, pero si me falto, el ángel me la prestó.

– Habéis despertado mi interés, vosotros y él. No muchos mortales me ven y él es uno de ellos. Pero no puedo dejarte volver. A no ser…
– A no ser… – Dijimos los dos a coro sin perder de vista las esferas, no sabíamos de que nos hablaba realmente, pero una parte de nosotros se negaba a olvidar.
– Que saque algo de todo esto.
– Sé lo que estas pensando y puedes contar conmigo. – Era una voz distinta a la de Muerte, era argentina y logro atraer nuestra atención.
– Estás seguro de donde te metes.
– Sí. – En cuanto respondió le lanzó una de la esferas.


Muerte tenía razón, era un alma fuerte, podía apreciarlo. Era poco usual hallarlas y más en un animal, parecía el alma de un humano.
Sentí miedo, demasiadas emociones humanas para un ángel, pero no todos lo ángeles se encuentran con Muerte y su hermano Tiempo, además ellos planeaban algo con nosotros, y estaba seguro, ya no había vuelta atrás.

– ¿Qué estas dispuesto a perder por ella? – Me preguntó la voz argentosa.

Mire el alma, que tenia yo que pudiese perder salvo mi fe, acaso debía entregarla a cambio de la felicidad de mi protegido, era eso lo que mi señor quería, seria mi destino caer. Tenia que serlo, porque si Muerte me había privado de mis recuerdos y yo aún me aferraba a regresar el alma de un conejo, no había otra razón para mí.

– Mi fe.

Los hermanos se rieron, una risa jamás emitida por hombre alguno que hizo temblar a cada una de las almas que ahí había.

– Entendemos con eso que nos entregas cuanto eres. ¿Y tú?

El ángel había entregado todo cuanto era, pero yo sólo era un alma, poco o más bien nada tenia para dar, pero asentí afirmativamente, y supe que habría sido mejor venderme a Mefistófeles que a esos dos.

No dijeron nada, ni hablaron entre ellos únicamente se miraron y cada uno terminó de despojarnos de lo que éramos, extirparon las alas del ángel, lo despojaron de toda divinidad y aún así seguía siendo un ser celestial, en cuanto a mi, fue como si me desmenuzaran, cada parte, por pequeña que fuese. Sin decirnos que seria de nosotros continuaron, mientras otras almas pasaban por la balanza y con suerte veían las puertas del cielo, nosotros fuimos reconstruidos, cosieron cada trozo, uniendo nuestra existencia y recuerdos, ya no éramos un ángel de la guarda, ni el alma de un conejito, todo cuanto fuimos, y todo cuanto fuéramos era nuestro, por separado no volveremos a existir, pero juntos no deberíamos existir.

– Si vuelves con tu protegido, no serás ángel, ni conejo, mientras te reconstruíamos en la Tierra los mortales han hecho lo mismo con tu cuerpo, nada será como era. ¿Volverás? – Las palabras de Muerte iban más allá de lo que yo creía, pero asentí. – Así será, deberás pagar el precio.
– ¿Cuánto? – Mi voz, la voz de mi alma era clara y bien timbrada, casi tanto como la de Tiempo.
– Sabrás lo que tienes que hacer cuando queramos que lo sepas, tú y tu arma nos pertenecéis. – Al decirlo fui conciente de que sostenía una guadaña entre mis manos.
– Como desees. – Respondí sin dudar, observaba el arma imponente, su nombre, no era otra cosa que el nombre de lo que yo era, porque éramos lo mismo, era una parte de mí, que haría lo que yo deseara.
– Tendrás una vida, casi humana, cuánto deseas vivir. – Pensé que esa pregunta habría sido más adecuada en boca de Muerte, pero fue su hermano quien la hizo.
– Sólo un día más que el niño dulce.


2 comentarios:

Magnus-sama dijo...

órale... :O
está padre la historia jeje ;) felicidades, querida Puh... sólo que es un poco complicado saber cuándo habla el ángel y cuándo el conejo, porque al principio estaba confundido, pero luego le agarré la onda ;) si me das permiso la pongo en mi blog.. byee!! cuidate mucho.. un abrazo.. chauu!!

Di dijo...

Hmm, eso es lo que haces por las noches... xD Leída. Está bastante bien.