domingo, julio 10, 2005

Juego de dioses VI

6.- Verdad

Al regresar al mismo plano que Isao, apareció en el mismo sitio que él, apenas a unos pasos de distancia, sería cosa del destino, o fruto del amor que sentían y les unían incluso en la distancia. Lo abrazo por detrás y olió el aroma de sus cabellos temiendo que fuese la ultima vez.

- Isao tengo que hablar contigo.

El modo en que lo dijo, hizo que un escalofrió recorriera el cuerpo del joven.

- Podemos hablar dando un paseo por el parque, a esta hora no suele haber gente. – Dijo intentando sonreír.

El otro chico asintió y comenzó a caminar seguro de que él otro estaba su lado, después de un largo silencio incomodo le dijo:

- Me llamo Lucellos, hoy he visto a mis hermanos.

Al escucharle pensó en los chicos con los que se había cruzado hacía horas, lo miró fijamente, no se atrevía a preguntarle si eso quería decir que se iría, que lo dejaría para siempre.

- Seguramente no creas lo que te voy a contar, pero es la pura verdad. Te pido que no me interrumpas hasta que termine. Belial, mi padre es un demonio elemental de fuego, se encarga de torturar a los Ángeles que caen en poder de los demonios, desertores y a saber que más. Por otra parte esta Nithael, aunque también es hombre, es mi madre, un ángel elemental de aire, podría decir un ángel caído, pero como dice mi padre: Siempre será un ángel, porque a fin de cuentas sólo se convirtió en un caído por amor. Si no hubiese hecho eso, yo nunca habría nacido, ni mi hermano Beyan. Cuando fui lo suficiente mayor, me llamaron y me ofrecieron la oportunidad de ser “Juez y verdugo” de ángeles, demonios, incluso almas errantes, acepte, quería demostrar que podía valerme por mi mismo, que era más que el hijo de Belial, pero hace poco me ordenaron juzgar a Nithael, me negué a ello, y mi castigo fue que me juzgase a mi mismo y me castigase, evidentemente era culpable, y mi castigo fue la muerte, la noche que la busque te encontré a ti, y fue lo mejor que me pudo pasar, pero ahora me dicen que si yo no muero lo harás tu, uno de los dos a de morir, por eso te tengo que pedir una cosa. –
Paro de hablar mirándole fijamente a los ojos.
- ¿Vas a pedirme que muera yo? – Preguntó sin dudar de la historia.

Lucellos lo abrazo apretándole contra su pecho.

- Eso nunca, porque no podría seguir vivo sin ti. Por eso si tú me lo pides, cumpliré mi castigo.
- No. – Gritó agarrándole con tanta fuerza que le clavo las uñas.
- Que escena más bonita. – Dijo una voz que emergía de la nada, poco a poco apareció un hombre vestido de blanco. – Pero uno de los dos debe morir.

Lucellos se coloco delante de Isao sin dudarlo un momento, y como si rasgase la nada saco una espada que parecía de fuego.

- No te permitiré que le hagas daño.
- En ese caso ven tú conmigo. – Respondió con una sonrisa viperina.

Isao estaba sorprendido, pero si en algún momento había dudado de la historia de Lucellos, ahora no le quedaban dudas de que le decía la verdad. Normalmente no tenía por costumbre ir armado, desde los sueños se había tomado la libertad de coger una cosa de su padre por si las moscas, con movimientos rápidos y fluidos hizo que las correas que llevaban sujetas las dagas a sus antebrazos se soltasen mientras el cogía las armas y se preparaba para defenderse, no dejaría a Lucellos solo ante el enemigo.

- Luchemos juntos. – Se coloco a su lado.

Ojala las cosas fuesen tan fáciles, porque apenas pueden parar y esquivar los golpes que les lanza aquel hombre, no se parece en nada al de sus sueños, que les hacía sentir miedo a la vez que paz, la sensación que les provoca es de terror, pero no pueden evitar luchar, luchan por sus vida y por el amor que tienen, por poder estar juntos sin tener que huir o esconderse, porque aunque lo hiciesen no hay lugar donde esconderse de la Muerte.

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