miércoles, julio 13, 2005

Monumento


La guerra había terminado por estallarles a todos en la cara, ángeles y demonios luchaban contra si, no importaba del bando que fuesen, muchos morían, era una locura, y en medio de todo aquello, un demonio de cabellos blancos caminaba entre los cadáveres, y los heridos buscando a un ángel, al único ser que le hacía sentirse vivo, realmente le habían robado el corazón, entre los cuerpos no encontraba el suyo, lo llamaba insistentemente, pero él no apareció, voló por los cielos buscándolo entre la batalla, no entendía que había pasado para que no fuese al lugar de la cita, ellos no deberían estar allí, deberían haber estado en un lugar donde las luchas no están permitidas, tenía tantas ganas de enseñarle la casa que había construido con sus manos en ese lugar, una casa que nunca usaría.

En su búsqueda por el cielo, un ángel se abalanzo sobre él, lo paro en un momento.

- No quiero luchar, sólo busco a alguien.
- Así que huyes - se mofo el ángel.
- No tengo que darte explicaciones, responde a esto. ¿Dónde esta Nitahel?

El ángel lo miró con una sonrisa de oreja a oreja.

- Debes de ser Belial, el apestoso demonio por el que nos traiciono. Has de saber que tu angelucho recibió su merecido, pronto a ti te pasara lo mismo. - le gritó antes de atacarle.

El ataque no afectó a Belial, una barrera de fuego lo protegía, la espada del ángel se fundió, sus manos se quemaron y soltó lo que quedaba de la empuñadura dando un grito, los ojos de Belial brillaban llenos de odio hacía los ángeles que le habían arrebatado a su amado, y sin dudarlo atrapo al que tenía delante con sus manos y le arrancó las alas, haciéndole soltar gritos de dolor.

- Él no peco, porque si tu padre todo poderoso es amor, él no cometió ningún delito por amarme.- le dijo antes de arrancarle la lengua - No quiero que de tu sucia boca vuelva a salir su hermoso nombre, no lo mereces.

El odio que sentía por los ángeles en aquel momento era más grande que nada conocido, porque todo el amor que sentía por aquel ángel que una vez salvo de morir torturado, no se podía medir, era un amor que crecía a cada segundo como el universo que se expande. Por eso, cuando todo termino, él no regreso al infierno, no quería estar allí, no quería estar en ninguna parte, únicamente quería una cosa y ya no la podía tener.

En el bosque de las lágrimas, también derramo las suyas, las derramo en silencio, mirando como se quemaba la casa que una vez construyó, él mismo la había quemado, ya no tenía sentido, no merecía la pena, porque para que quieres un nidito de amor, si no tienes a quien amar, así que la destruyó, como quiso destruir todo cuanto sentía, pero fue imposible. En su corazón aparecía dibujado un rostro, en su alma un nombre, era demasiado tarde, aquel ángel le había atrapado entre sus alas y no podía escapar de su recuerdo.

Camino hasta el lago, para limpiarse los restos de sangre seca, la ceniza, y quizás todas las penas, se sumergió en el agua intentando olvidarlo todo, cuando ante él se encontró otro ángel, estaba apunto de atacarle de matarle allí mismo, pero no quería romper la neutralidad de aquel sitio.

- ¿Ya ha terminado la lucha?- preguntó mirándole con unos ojos brillantes como amatistas.
- Sí.- respondió mirándole fijamente, parecía estar llorando.
- ¿Por qué tenemos que luchar? ¿Por qué matarnos entre nosotros?- preguntaba
- No lo sé, sólo sé, que los tuyos han matado a la única persona que he amado.
- Lo siento, de verdad que lo siento, yo no he querido verlo, me he escondido aquí, no importa que digan que soy un cobarde, no puedo matar a mis hermanos, no puedo, los amo todos, incluso a ti, porque en tus ojos se ve un profundo amor, mezclado con un profundo dolor.
- Acaso no ves que soy un demonio, la sangre que me estoy limpiando es de los tuyos.- decía para que se fuese de allí, quería estar solo.
- ángel o demonio, no me importa, tu no eres malo.
- Déjame solo.- le ordenó.

El ángel no le hizo caso, si no que se acercó a él y apoyando una mano sobre el corazón de Belial cerro los ojos, para con la otra apuntar hacía el centro del lago. El agua se levanto de donde estaba, y comenzó a congelarse tomando una forma, la forma del ángel que tanto amo, amaba y amaría.

- Al menos así, puedo quitarte el dolor de olvidar como era su rostro, ya te dejo, siento tanto lo que ha pasado.- le dijo aun con perladas lágrimas sobre su rostro.
- No me gusta deber favores.- respondió sujetándole la mano que había apoyado sobre su pecho.- así que si alguna vez necesitas ayuda, si los tuyos te traicionan, buscare. Tus hermanos reconocerán mi nombre con sólo oírlo una vez, Belial.

Liberado del agarre del demonio, extendió las alas y alzo el vuelo, volvería a intentar mitigar el dolor de sus hermanos, volvería a cuidar de heridos, pero no pudo más que darse la vuelta y mirar al demonio que observaba la estatua de hielo, una estatua que nunca desaparecería.

Allí frente a la estatua de hielo, tan igual a su amado y tan distinta, le faltaba su alma, le faltaban sus miradas, su voz, su risa, pero no tenía ningún otro sito donde recordarle secretamente, así que decidió que ya que no encontró su cuerpo para darle un entierro digno, ese sería el lugar donde ir a recordarle.

Cada noche, alumbrados por la luna y las estrellas, iba a verla, le hablaba de las cosas del día.

- Hoy vino a verme Rass, ahora es el general Rassius, es de risa, pero me da igual. Me conformo con estar en calabozo y hacer pagar a esos ángeles lo que te hicieron, lo que nos hicieron. Ahora soy el torturador de ángeles Belial, o a saber como me llaman, poco importa, no hablo con casi nadie, sólo contigo, me he de ir, no quiero que nadie sepa que he venido. - Se acercó a la estatua y deposito un beso en los fríos labios de hielo, antes de irse dejando una rosa negra flotando en el agua a sus pies.

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