domingo, julio 10, 2005

Juego de dioses VIII

8.- Combate

Isao se encontraba verdaderamente cansado, le dolían partes del cuerpo que desconocía que existían, pero se forzaba en mantenerse de pie, en ayudar a Lucellos en aquel combate, a pesar de que apenas habían logrado tocar a aquel tipo, que parecía multiplicarse para atacarles por todos los flancos posibles.

- No sabéis hacer nada mejor, me decepcionas Lucellos. – Se burlaba – Que poca a resultado ser el heredero de Belial el sangriento.

Sentía la respiración forzada de Isao, sabía que no podría aguantar mucho más, pero no estaba seguro de que hacer, ni siquiera había logrado tocarle, había esquivado sus ataques de fuego, y ya no le quedaba nada por mostrar, no había técnicas secretas ni nada por el estilo, el poder del que tan orgulloso había estado, ahora le era inútil, no parecía que fuese el chico al que habían elegido entre miles para ser juez y verdugo porque sobresalía en todo.

Aparecieron sobre un árbol, algo que no les extraño dado el grado de cansancio que tenía Liam, era lo mejor que podía haber hecho, además desde ahí tenían una vista privilegiada del combate. Al ver en el estado que estaba Lucellos, Belial no dudo en meterse en la pelea, pero Nithael le paró.

- Es su combate, si vas a ayudarle, seria como si hubiese perdido.
- Pero pueden morir. – Decía preparándose para lanzar un ataque de fuego.
- He dicho que no. – Le riñó – Has de dejar que se valga por si mismo, que aprenda a usar su fuego, hasta ahora por muy bueno que sea, sus ataque sólo son una copia de los tuyos, con él no ha pasado como con Beyan que aprendió a hacer sus propios ataques, como la barrera de viento.
- Esta bien, pero si veo que no tiene salida, no podrás detenerme. – Aceptó a regañadientes.

La lucha continua, y uno de los ataques de fuego que lanza Lucellos es devuelto, lo para con la espada, pero mientras lo contiene el hombre ataca a Isao a traición, rajándole en el estomago, el olor de la sangre de su amado, la risa de loco de su atacante, la mirada llena de amor de Isao hacia él que se extingue, el sentimiento de haber fallado, todo se entremezcla, con el dolor de su espalda desgarrándose, unas alas negras como las de un cuervo salen de ell, son distintas de cualquier otras, en ellas hay garras, como si fuesen las de un demonio, pero eso ahora no importa, únicamente importa la sangre roja que sale del cuerpo de la persona que quiere, roja como el fuego, el fuego que brilla en sus ojos, que vive dentro de él, y que sin dudar dejara salir.

Una llama de color plata les rodea a él y a Isao, una llama que sale de él mismo, mientras sus alas se extienden como si fuese a volar, pero sólo las agita dejando salir algunas plumas de ellas, estas se clavan en la carne de su agresor como agujas, provocando un gran dolor, para después empezar a arder. Los gritos de dolor son eliminados por una pluma que se clava en la garganta, impidiendo que salga cualquier sonido de su dueño, provocando más dolor que antes, pero eso poco importa, sólo tiene ojos para el chico que yace a sus pies, lo coge en brazos con cuidado, como si fuese romperse y lo envuelve con sus alas.

- No me dejes por favor. – Pide apunto del llanto – Quédate conmigo.

Las lágrimas empiezan a caer por su rostro hasta llegar al del rubio, el muchacho abre los ojos y le mira con una sonrisa en los labios, lo acaricia con sus manos y le susurra un te amo, antes de volver a cerrarlos y abandonarse al mundo de Hades. Un grito desgarrador encoge los corazones de todo aquel que lo escucha, un grito tan fuerte que es capaz de llegar a donde no habita el hombre, traspasar barreras que nadie ve, es el grito desesperado de alguien al que le han arrebatado lo más preciado.

Mi cuerpo no aguanta
El dolor que siento
Mi alma no para de gritar
Mientras siente que se rompe
Las lágrimas son rojas
Rojas como la sangre
Pero ya todo da igual
Te han arrebatado de mi lado
Sin importar nada más
Sigue doliendo
No parece que vaya a parar
Por favor que alguien me mate
Y me libere de este sufrimiento
Permitirme ir a su lado
Que nuestras almas se reencuentren
Y ya no nos separéis más

Eso era lo que decía aquel grito desgarrador, pero la muerte no era la solución, sus padres le observaban con el corazón desgarrado, sin poder hacer nada, sus hermanos sentían el dolor en la distancia, pero aquello no era el final, sus alas ardían como el fuego, parecía un fénix que había tomado la forma de un humano, y cuanto más brillaba su figura se hacía más difusa, más sentían una extraña calidez, unas manos suaves volvieron a sujetar sus rostro, los ojos azules le miraron con ternura y los labios de su amado se movieron dejando salir unas palabras que hicieron que el dolor cesara.

- Siempre juntos, lo prometimos. – Sonríe y se abraza a él, las alas dejan de ser como el fuego, vuelven a su estado normal mientras envuelve con ellas a su pareja.

En el árbol sus padres de abrazan mutuamente, mientras comparten una mirada cómplice y una sonrisa de alegría, lo que acaban de ver no ocurría desde antes de la primera guerra, se conoce como las alas del fénix y se supone que únicamente aquellos que estén bendecidos por los dioses pueden hacerlo, nadie más puede evitar que alguien muera cuando su hora a llegado.

En el suelo, aún con las plumas ardientes clavadas en su cuerpo, el culpable de los acontecimientos se retuerce de dolor, a su lado aparece Garic.

- No me mires como si creyeras que te voy a ayudar, porque tu y yo no somos ni iguales, ni lo mismo, venimos del mismo lugar, pero yo realmente soy la muerte en su estado puro, soy aquel que por donde pasa sólo deja un rastro de muerte, él que lleva el dolor y el alivio, algunos me llaman Muerte, otros me llaman Garic, Zakhrin… no importa el nombre que quieras darme, no cambiara lo que soy, y tu pagaras por tu osadía.

El terror inunda cada poro de sus ser, la mirada que se ocultaba tras las gafas de sol de Garic, le provoca un terror que prefería haber muerto a manos de Lucellos, pero ahora es demasiado tarde, pagara su delito a manos de la propia muerte que le creo, y así, es como queda condenado a morir eternamente, revivir únicamente para morir segundos después de una manera más dolorosa que la anterior.

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